26 agosto 2011

Mi viaje de amor cuatro días en Lisboa



Mi viaje de amor cuatro días en Lisboa ha estado jalonado de experiencias culinarias que estoy deseando compartir. A saber:

La cocina tradicional, a base de pescados y carnes á grelha (a la brasa), con su lechuga y su arroz al vapor. Resulta de lo más saludable cuando consigues abstraerte de la paliza que te dan hasta conseguirte como cliente.

Para comer tipical y de calidad, es preferible escapar de las cartas en cuatro idiomas. Encontramos una buena opción en O Alto (barrio que se ha renovado a base de bares de copas y tiendas de ropa, en el que le ofrecerán más chocolate que en Marruecos). Pese al ambiente global, el bacalhau sigue siendo plato estrella, lo ponen acoentrado o á minhotada (frito con mucha cebolla y patatas chip).

No se puede abandonar Lisboa sin degustar un arroz de tamboril (rape). La sugerencia del blog Lisboando, el Stop do Barrio resultó un acierto. Fuimos, lo probamos y repetiremos. Restaurante familiar con platos exquisitos a precios auténticos. Para aquellos que tienen como máxima personal “allá donde fueres, haz lo que vieres”, de primero que no falte un buen cuenco de caldo verde.

Fue muy emocionante la escapada a las playas de A Caparica (recomendación de Dolcito Dolce y Chechu), 30km de arena y mar abierto que discurre hacia el sur. Para comer nos llevamos un picnic con fritangas portuguesas varias que nos compramos en una freiduría de la ciudad: reçois y croquetas caseras.

Los dulces merecen un capítulo aparte. Mis preferidos son los pasteles de zanahoria, sudados y jugosos, tan dulces que duelen los dientes. El bolo de arroz no está mal si lo acompañas de café para evitar que se te atasque (es un poco seco). A pesar de ser fanática de los mismos postres que se comería mi abuelo, no puedo con la crema (que es muy amarilla) ni los bocaditos con yema o coco.


Algo más light, entre azulejos y sillas tapizadas en los noventa, a Castella do Paulo sirve postres típicos luso-japoneses, auténtica variedad multicutural a los pies de Alfama que ofrece te verde tanto con pastéis de nata (el chute hipocalórico portugués por excelencia), como brioche japonés relleno de habichuela. El propietario y pastelero Paulo Duarte, se ha aprendido la receta de la Castella, un dulce llevado por los portugueses a Japón en el siglo XVI. Toda una suerte dar con él porque necesitábamos lavarnos las manos después de haber revuelto montones de ropa usada en el Mercado de Ladra del Campo de Santa Clara. Allí los yonkies comen fabada enlatada entre vajillas victorianas y radios de coche robadas. Estoy deseando volver.

3 comentarios:

  1. Yo siempre he pensado que Portugal es un paraíso culinario. Y sin embargo, los que se supone que entienden de cocina, siempre lo ponen a parir... de verdad que no lo entiendo. A los gourmets no les gustan los potajes y la buena carne a la brasa. Mamarrachuzos.

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  2. Tampoco deben enloquecerles las bolachas y demás dulces empalagosos. Que le pregunten a Patri cómo están los pasteles de zanahoria... Qué maravilla!

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